EL CULTO DOMESTICO:
- El pater familias oficiaba como sacerdote, especialmente durante la cena, en donde se hacían libaciones, es decir, derramamiento de vino, leche o miel sobre el lararium, o santuario familiar, en el cual ardía siempre una llama, a la que llamaban hogar. Entre los romanos no había culto a los muertos. Los cadáveres eran incinerados, mientras se pronunciaban discursos de alabanzas al fallecido, y las cenizas eran guardadas en urnas funerarias

- Los dioses de Roma eran de origen latino y etrusco, a los cuales se sumaron con el tiempo divinidades griegas, egipcias y frigias, adaptando los nombres y, en algunos casos, también los atributos. Los principales eran Júpiter, Juno y Minerva, y esta fue la Tríada Capitolina por mucho tiempo. Durante la República, Marte fue de los más importantes y adorados. Los cultos consistían en libaciones, sacrificio de animales, plegarias, etc. Cada acto público, el inicio o la terminación de una guerra, el triunfo en una batalla, etc., estaba vinculado a la celebración de una ceremonia religiosa. Los cónsules tenían atribuciones no sólo civiles, sino también religiosas, de modo que la religión pública era una cuestión de Estado, tolerando, por otro lado, todo tipo de cultos privados, siempre y cuando no fueran en contra de los preceptos religiosos estatales. Ante todo, el culto público era un medio de comunión política que no sólo incluía a los ciudadanos romanos, sino que tendía un lazo de unión sobre la totalidad de pueblos que integraban el Imperio.

EL CULTO IMPERIAL:
- En la época imperial se generalizó el culto a los emperadores. Dicho culto empezó ya con la muerte de Julio César, y se desarrolló sobretodo a partir del principado de Augusto. Sobre todo, dio un impulso decisivo a las tendencias que habían sido recientemente afirmadas en Roma, que concedían a la figura del jefe una significación sagrada. Augusto supo unir las antiguas nociones latinas y las formas helenísticas de exaltación de los generales victoriosos para crear una mística relativa a su persona. Su genio, quedó ligado a los lares de los rincones sagrados, y recibió un culto al tiempo que los demás. Se elevaron templos en las provincias en honor del emperador, junto con templos a la misma Roma. . El culto imperial fue un legado que Augusto dejó a sus sucesores, que en general lo tomaron con prudencia.

LOS SACRIFICIOS:
- Los sacrificios variaron según los tiempos, las circunstancias y la idea que se tenía. En un principio fueron comunes los sacrificios humanos, pero esta práctica fue pronto abandonada. Por otra parte, se ofrecían frutos en los altares, haciendo libaciones de vino, leche y aceite. Pero el tipo de sacrificio más generalizado fue el de animales. Se derramaba su sangre, se interpretaban los signos de sus entrañas, y se asaba la carne para comerla según las circunstancias. Regularmente solían sacrificar bueyes a Júpiter, toros a Marte, caballos a Neptuno, machos cabríos a Baco, vacas a Ceres y a Juno, ciervas a Diana y cabras a Fauno. El primer cuidado de los sacerdotes era examinar si la víctima estaba completamente limpia; en seguida la purificaban y los asistentes hacían lo mismo con agua lustral echada por aspersión. El agua lustral era agua consagrada por los sacerdotes apagando en ella un tizón encendido, cogido de la hoguera del sacrificio. A esta agua se le atribuían virtudes sagradas. Después de degollada la víctima, la rociaban con vino y la quemaban enteramente. Por lo general los sacerdotes solían reservar la mayor y mejor parte de la víctima, y daban el resto a los que costeaban el sacrificio. Las ceremonias se concluían con danzas y cantando himnos en honor de la divinidad, pero durante el sacrificio mismo debía reinar el más profundo silencio. Todos los vasos e instrumentos que se usaban durante la ceremonia eran sagrados. A los dioses celestes se inmolaban víctimas blancas, porque el blanco es un color luminoso, y víctimas negras a los dioses del Inframundo.

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